martes, 24 de noviembre de 2009

DESPATOLOGIZACIÓN

La teoría y la práctica de la transexualidad están cambiandoprofundamente. En los años cincuenta, cuando Christine Jorgensen reinició el ciclode los cambios de sexo, inaugurado por Lili Elbe, en 1931, y HarryBenjamin los conceptualizó, la transexualidad se concibió de unamanera muy simple: trans-sexualidad, es decir, paso de un sexo alotro, por vías endocrinológicas y quirúrgicas, establecidas porprimera vez en aquellos tiempos. La palabra transexual se volvió sinónima de demandante de ayudamédicoquirúrgica y se le prestó a veces por cirujanos espontáneos, ala manera de la cirugía plástica, en una época en la que no existíanpreocupaciones por demandas judiciales, entre los que fue famoso elDoctor Gourou que operaba en Casablanca, en una situación de vacíolegal. Poco a poco, la Asociación Internacional de Disforia de Género HarryBenjamin (HBIGDA), una asociación en realidad estadounidense perorespetada en todo el mundo, fue creando un protocolo básico quetodavía se sigue usando, por lo que merece una reflexión. El protocolo estaba impregnado del puritanismo estadounidense. Lejosde él las alegrías estéticas del Doctor Gourou. La cirugía debíaefectuarse sólo con causa justificada, por el diagnóstico de unaenfermedad o patología que debían estar bien tipificadas y merecer unaatención médica compasiva. Se buscó una enfermedad, se la llamósíndrome de Harry Benjamin, y de hecho se transfirió a los psicólogosla autoridad de diagnosticarla. Se aceptó de hecho porque, poco después, el seguimiento del protocololiberaba al cirujano de demandas judiciales, y porque posteriormentepermitió el acceso de los pacientes a la Seguridad Social, enEuropa. El protocolo básico consideraba fundamental el que se llamó Test de laVida Real y se dividía, de manera tripartita, en valoraciónpsicológica o psiquiátrica, tratamiento endocrinológico e intervenciónquirúrgica. Concebía el proceso transexual como una especie de línea de metro consólo tres estaciones, es decir, como un túnel unidireccional, consubsecciones fijas, y concebido para llegar a un fin único. Al concebirse de esta manera, la atención de los profesionales secentraba en la autorización para viajar en ese metro privilegiado,concediendo derecho de paso a ciertas personas, consideradas como“verdaderas transexuales” y negándoselo a otras, a las que se apartabapor no corresponder a lo previsto. Concentrada toda la atención de los profesionales en la funcionalidadde la línea, entendiéndose a sí mismos como administradores de lastres estaciones, y nada más que de las tres estaciones, muchas vecesse habrá desatendido a las personas no admitidas, por intensas quefueren sus necesidades psicológicas y sus requerimientos de atenciónendocrinológica o hasta quirúrgica-estética. En 1990, el CIE, un repertorio internacional de enfermedades, usadopor todos los médicos para el diagnóstico de sus pacientes, introdujola transexualidad formalmente como una enfermedad psiquiátrica, como“trastorno de la identidad de género”, lo que supuso un salto que nostrasladaba plenamente a un espacio nuevo, el de la psicopatología,cuyo correlato es la necesidad de curación; si por ahora, “el únicotratamiento conocido” es el endocrinológico-quirúrgico
, en el futuropodría ser otro distinto, un condicionamiento conductual arrolladorpor ejemplo. En ese momento, se daba una vuelta de tuerca: la transexualidad sepsicopatologizaba y en realidad se profundizaba en definirla como algoque debía ser evitado, aunque se concediera a los desde entoncespacientes el beneficio de una terapia como mal menor. No se tratabasiquiera de un desajuste, como puede ser una simple cojera, sino detodo un trastorno, o el síndrome de Harry Benjamin. Al cabo de muchos años de experiencia, empezaron a emerger problemasen ese protocolo, nacidos de que no corresponde a la realidad. El primero, la misma noción de diagnóstico de una patología, seconvierte en una autorización psicológica para entrar en el procesomédico y quirúrgico, y confiere al psicólogo un papel de juez y underecho de decisión sobre un aspecto fundamental de la vida delusuario completamente inadecuado y que afecta gravemente a la mismafunción psicológica. Constituido el psicólogo en autoridad, disponiendo sobre vidas ajenas,fue natural que los usuarios hicieran averiguaciones sobre lasrespuestas que tenían efectos favorables y sobre las desfavorables,arruinando la confianza usuario-psicólogo e invalidando cualquierestudio científico sobre esta población, que se basara en tests o enpreguntas informales. Como se verá más adelante, este régimen de autoridad sería fácilmentesuperable con que se pasara a un régimen de autonomía, en el que losúnicos requisitos fueran establecer o subsanar en su caso la saludpsíquica del usuario, y asegurarse de que ha recibido suficienteinformación durante un tiempo prudencial, dejándole al cabo de esetiempo el pleno derecho de decisión sobre su vida, y la plenaresponsabilidad sobre sus posibles errores, como corresponde a unapersona mayor de edad. Pero mientras los médicos en general y luego los psiquiatras enparticular (en su propio repertorio, el DSM) andaban por ese camino,la base social de la transexualidad ha ido recorriendo otro,asimilando en primer lugar conceptos como la diferencia entre sexo ygénero (diferencia enunciada por primera vez por Robert Stoller,observando a sus pacientes transexuales), en el cuadro de los grandesmárgenes de una sociedad permisiva, que nos han permitido crear conlibertad nuevas formas de vida. En los años cincuenta se podía pensar que cualquier experienciatransexual requería el cambio quirúrgico de sexo. Género y sexo yacíantodavía fundidos en la consciencia, lo único no se podía concebir sinlo otro. Puesto que cualquier variante se entendía como variantesexual, cualquier cambio debía ser cambio de sexo. Y como los dossexos de concebían estereotipados, teníamos que pasar radicalmente deuno a otro, puesto que no se concebían estados intermedios. La fuerzade la pulsión por el cambio, se transformaba automáticamente en deseoapremiante y obsesivo por el cambio de sexo. Sin darnos cuenta,metimos a psicólogos, médicos y cirujanos en nuestra casa. Pero a la vez, los mismos desajustes entre esa concepción y nuestrarealidad personal, pues quizá no éramos ni varones ni mujeresestereotipados, nos sometía a una fuerte angustia, a vacilaciones, aculpabilidades, incluso a la sensación de estar en parte mintiendo,con graves consecuencias para nuestro equilibrio personal. El movimiento queer (años noventa) puso también la base para unasidentidades blandas y flexibles que sustituyeran a las duras de losveinte años anteriores, creadas en momentos de combate, en los que erapreciso diferenciar claramente a homosexuales de heterosexuales y atransexuales de homosexuales y de heterosexuales, lo mismo que sediferencian ejércitos en batalla. Conseguida en los años cero la igualdad de derechos, asentada unanueva visión social, incluso legal en Europa y los Estados Unidos, yparticularmente en España, ha sido posible distender mucho esasidentidades, y de manera más espontánea que la Teoría Queer, quedistinguía entre queer (raro, rarito) y straight (severo), actitudesamericanas que aquí se han convertido en algo así como un “to er mundohase lo que le da la gana”. Más adelante, la teoría queer de los años noventa está profundizándoseen el no-binarismo de sexo y de género de los años ceros. Hace ya casi diez años que el catalán Cesc Gay filmó “Kránpack”,película en la que aparece con toda nitidez la despreocupación por lascuestiones de orientación de unos adolescentes varones que, de caminohacia la playa, y entre tensiones emocionales muy fuertes, duermenjuntos una noche, para seguir después, sin dramas ni culpas, uno endirección heterosexual y el otro homosexual. Vi en ella una actitud generacional nueva, y la vuelvo a ver ahora enel corto 02 de la serie “Test de la Vida Real”, en el que unaexposición de gran belleza formal muestra las actitudes de género deun joven trans masculino que no se preocupa ni siquiera de tener unaidentidad definida, tanto menos de hormonaciones o cirugías. La actual teorización sobre el no-binarismo y por su concreción en lateoría de los conjuntos difusos de sexo/sexualidad/género muestra lacomplejidad de las experiencias de transición de sexo y de género. El no-binarismo de sexo (no todavía de género) empieza por laintersexualidad, en la que una persona reúne condiciones de los dossexos mayoritarios, y la extrasexualidad, cuando está fuera de esossexos (por ejemplo, en la composición cromosómica X0) La intersexualidad puede darse de muchas maneras. Por ejemplo, parececonfirmarse que ciertas transexualidades se deben a la impregnaciónprenatal con cantidades de andrógenos inferiores o superiores a las delos estándares mayoritarios (hipo- o hiperandrogenia) que configuranel cerebro de una manera bastante diferenciada para que reviertan sóloen determinada diferencias conductuales o a veces en diferencias desexualidad (conducta pulsional asociada al sexo: ejemplo, penetracióno recepción) e incluso en la imagen corporal genital(iidadentificación como propios y coherentes de los genitales con quese ha nacido o desidentificación, extrañeza y hasta repulsión porellos) Puede haber personas que, por razones incluso de una estructuracerebral que todavía estamos empezando a conocer, consecuencia de lavariabilidad natural humana, crecieron esperando desarrollarse comopersonas del otro sexo y que vieron que esto no se cumplía; que,conforme con esta imagen de sí, este verdadero proyecto personal,vieron incluso que sus relaciones de amor, en las que cuenta tanto laimagen de la pareja como la figura propia, se veían desvirtuadas, oimposibilitadas, por una imagen personal que no coincidía en absolutocon la que emergía de sus estructuras incluso biológicas. Todo esto es doloroso, pero nada de esto es psicopatológico. Nada deesto tiene su origen en la mente, sino en el cerebro, sino en laestructura corporal de la persona. Nada de esto es ni siquierapatológico, pues corresponde a la variabilidad natural de la vida, alos continuos ensayos de cambio en que se traduce la reproducción,alguno de los cuales pueden ser más adaptativos, según quécircunstancias, y otros, menos, también según el medio, pero todosnaturales. Algunos pueden ser muy funcionales respecto a algunas condiciones ypresentar desajustes funcionales respecto a otras. Corresponde a lanaturaleza de las cosas que un desajuste funcional suela producirdolor o incomodidades, aunque esto no ocurra siempre; quizá dependade su intensidad. Observamos que la inter- extra- transexualidad no es de por sí unacondición médica; algunas personas en estos casos pueden vivir sanassin recurrir a un médico ni desearlo, aunque otras pueden manifestarcierto desagrado. En análisis lógico, si algunas personas no necesitanalgo y otras sí, es que esa necesidad no va con ese algo. Mujeres (XX e identitarias, hiperandrogénicas) que nacieron con unclítoris que llega a ser un micropene o hasta un pene, pueden estarorgullosas de él, por ejemplo si son lesbianas, o desear no haberlotenido, porque puede parecerles ajeno y puede estorbar su vidaafectiva. Análogamente, una persona XY, hipoandrogénica, puedeidentificarse como varón o no adaptarse a sus genitales. ¿Qué queda entonces? Que la medicalización está indicada cuando hay,por usar una expresión del DSM, “malestar clínico significativo”. Nopor enfermedad, ni siquiera por enfermedad mental, sino por lo quepodríamos llamar disfuncionalidad adaptativa o incluso pordisfuncionalidad social. (Un ejemplo de ésta la constituyen determinadas operaciones de cirugíapropiamente estética, en las que se trata de corregir formas de lacara que son perfectamente sanas y naturales pero que en lainteracción social pueden producir grave inseguridad, falta deautoestima, depresión, etc Está perfectamente indicado medicalizarestas situaciones, incluirlas en la Seguridad Social (recuérdese elsegundo término de esta expresión) y sin embargo no hay enfermedadalguna que sanar) . Pero aún hay más razones para la despatologización, yendo incluso dela psiquiátrica a la general; obsérvese que, una vez producida, nohabrá diagnóstico que realizar, ningún repertorio al que seguir; lademanda de esta asistencia estará fundada en sentimientos personalesimposibles de verificar o de cuantificar objetivamente. Es imposiblecuantificar el sufrimiento por una parte del rostro que sin embargonos haga sufrir realmente. Es imposible, en general, cuantificar eldolor, incluso físico y sin embargo puede ser insoportable. Elservicio psicológico/médico no puede más que saber que estascircunstancias son posibles, cerciorarse de la ausencia o subsanarcualquier psicopatología (no la transexualidad) que pueda suplantarla,fiarse del usuario y de su testimonio, e informarle cuidadosamente delas consecuencias de su decisión. Una patologización, en la práctica actual, es una tipificación cuasijurídica de una enfermedad y la asignación de unos protocolos detratamiento (en nuestro caso, los de lsa antigua AsociaciónInternacional Harry Benjamin) La despatologización desactiva todos esos legalismos que gravitansobre nosotros. Como en la cirugía estética, el usuario que la planteatiene capacidad para decidir; en nuestro caso, se trataría sólo deconstatar la realidad, de oir la voluntad del usuario de cambiarla, yde explicarle suficientemente el proceso, sus consecuencias, y suresponsabilidad personal sobre sus decisiones. Nadie más tiene queacertar o errar; nadie más tiene que someter esa decisión a un procesocuasi judicial de pruebas y contrapruebas (pero sin defensor); elusuario es quien decide sobre su peticióm despatologizada, peromedicalizada. Más radical es la despatologización de personas que se consideranambiguas, que formaron en su adolescencia una identidad ambigua (unconcepto no-binarista), y que pueden haber visto cómo su desarrollocorporal las desambiguaba y las sumía en la angustia, aunque sincentrar ésta en la evolución de órganos definidos, sino de laapariencia corporal.. Obsérvese el dato importante de que los mismos procesos cognitivos yemocionales pueden seguirse en unas personas de una manera distendiday en otras con angustia. No se trata por tanto de que la ambigüedadsea patológica, sino que la situación de unas personas u otras puedeseguir lógicas y encontrar circunstancias muy distintas. La angustia procede en estos casos de la interacción social sobretodo; de ver que no se es vista con la ambigüedad que se valoró; deque los demás insisten en insertar a la persona en un cuadro binaristao de que el propio aspecto entra dentro de alguno de los parámetrosbinaristas. Al mismo tiempo, no se tienen motivos internos para llegar a unahormonación o a una operación; los impulsos proceden del mediosocial, del deseo de afirmar en él la propia ambigüedad y de conseguirla mayor aceptación posible. Aquí vemos personas que ya no son binaristas, interactuando con unmedio binarista, y cediendo ante él y sometiéndose a susrepresentaciones. En atención a ellas se puede incluso desearfuertemente hormonación u operación sin que correspondan a ningunacuestión de funcionalidad personal. Pero llegamos así a un no-binarismo de género, cuyas expresiones sonmúltiples y desde luego mayoritarias. Tiene que ver con orientaciones blandas, o difusas, de las defendidaspor la teoría queer, y con la plena adopción de identidades difusas,situándose en las periferias de las mayoritarias y fluctuando de unasa otras. Esta actitud no es incompatible con que otras personas mantenganorientaciones o identidades más definidas, más cerca de susrespectivos centros. Es simplemente una preferencia personal por estarmás cerca de la periferia. No requiere hormonaciones y menos algo tan definido como una cirugía.No pretende superar el nivel de la estética y sin embargo la estéticaes fundamental para su bienestar. Son equiparables a las tribus urbanas juveniles, a un estilo de vida,a un modo de vestir ambiguo, pero pretenden llegar a la edad adulta enellos, aunque algunas personas prefieran ceder la vez y definirse másen cualquiera de los sentidos. Sin palabras, predican un mensaje a todas las personas variantes desexo o género: “Si puedes, si quieres, quédate aquí” Es decir, si no sufres, si no es para ti un agobio, permanece en esteestado ambiguo, evita hormonaciones u operaciones, sé reconocido portus compañeros de ambigüedad, crea formas de vida y de relación, rompetodas las convenciones, en espera de que algún día todos sepanreconocerte. No te preocupes de definir tu orientación ni tu identidad, porquejustamente te defines como persona de orientación e identidadindefinidas, tú, en último análisis. Lo que te gusta de ti puede gustarte, y lo que no te gusta o te gustamenos, puedes aceptarlo porque es tuyo, puede llegar a gustarte porquees tu especificidad, lo que te ha traído a este punto en el que estás,lo que define tu ambigüedad. Desde luego, la patologización en general y la medicalizacióncompasiva se volatilizan para quien se hace este planteamiento. No es nada especulativo; como digo, es la práctica de una generaciónque, siendo trans, me parece postransexual, y hasta postransgénero,por su rechazo a asumir formas definidas, o estéticas literalmentepasadas de moda. Si las mujeres (difusas) son ambiguas en su ropadiaria, ¿por qué las trans (difusas) hemos de ser definidas, nisiquiera como mujeres? ¿Y si una mujer se viste arrolladoramente sexy para ciertos momentos,por qué he de renunciar a vestirme sexy? ¿Y si esa mujer (difusa) requiere la cirugía estética, por qué yo no,con las mismas intenciones? ¿Y si recurro a la cirugía de reasignación de sexo, qué diferencia hayentre ella y la cirugía estética? Los planteamientos son tan flexibles que podría pensarse que son unavuelta atrás, y que de hecho pueden llevar a una situación derepresión y clandestinidad, a un “me quedo aquí porque es más fácil” yluego “me quedo donde me dejas”. Pero no; con una perspectiva no-binarista, estas actitudes soncompatibles con las más definidas; esta ambigüedad convive con laintersexualidad (difusa), la masculinidad (difusa) o la feminidad(difusa) No se trata de restringir las formas de expresión de sexo y género, nisu medicalización, cuando esté justificada, sino de abrirlas a quienesdeseen vivirlas de forma abierta. Ya estamos llegando a esa cultura plenamente no-binarista, pero nosfaltan referencias; nos parece que estamos creándolo todo de la nada yeso puede hacer que nos sintamos inseguros. Ya se ha llegado hace milenios en las culturas amerindias, por ejemploen la de Zapotecas, con su noción de las o los muxe, que ni siquierausan un género definido, que pueden ser, digamos, heterosexuales uhomosexuales y casarse heterosexual u homosexualmente o supongo quecon otras muxes. Ha llegado la hora de aprender de ellos, de aprenderde otros. Kim Pérez 28-09-2009

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