martes, 22 de diciembre de 2009

NORMAL (CUENTO DE NAVIDAD)


Nota. No tengo ni idea de cómo funciona actualmente un observatorio astronómico. Pero podría ser algo así.

El Oficial de Vigilancia de la Torre del Observatorio está leyendo unos papeles que me dejé olvidados encima de la mesa. Son una especie de carta dirigida a una amiga.

Está cómodo, sentado en el único sillón de piel negra del despacho común. Su barba apretada, castaña, hace un juego clásico con el uniforme azul oscuro que lleva.

Por encima del observatorio está la noche negra, enorme, frígida.

Solitaria. En cien o doscientos kilómetros a la redonda. El Observatorio está en lo alto de una montaña, entre un mar de montañas, cubiertas de nieve que puede llegar a tener cinco metros o diez de profundidad, a la que se llega por una única pista señalizada de cincuenta kilómetros, que sólo puede ser recorrida por todoterrenos en verano y por vehículos polares en invierno, como ahora.

Él está solo, durante nuestras vacaciones. Yo me fui tan deprisa, con el ansia de bajar, que se me olvidó la carta después de escribirla.

Él ha empezado a leerla como parte de su trabajo, por ver de qué trataban esos folios, y ha seguido, dándose a sí mismo permiso por una vez, y sabiendo por qué se lo da, al ver que eran míos.



Los papeles ponen lo que sigue:

“Dices que quieres ser normal, y esta palabra se me queda en la cabeza y el corazón y me da vueltas y vueltas.

Dices que los conservadores ven tres clases de personas, los hombres, las mujeres y los raros, y que tú eres conservadora, porque no quieres ser rara, quieres ser normal.

Siento que hay dolor en esta frase, porque tú eres trans, y quieres ser normal.

Lo comprendo de corazón. Querer ser normal quiere decir llevar una vida personal, sin que te miren, se hagan preguntas, te cansen con sus requisitos.

Quiere decir ir por la calle pensando enteramente en otras cosas, sin necesidad de mirar miradas y analizarlas, viéndolas en general como críticas y hasta hostiles.

Significa el placer del anonimato, la vida corriente por fuera y por eso más libre por dentro.

Lo entiendo, no hace falta ir muy lejos, analizando todo eso, es ser normal en cuestión de género, ser vista y aceptada como cualquiera otra, tener amigas que te vean como mujer, amigos que te vean como mujer, que no se hagan más preguntas sobre ti que las normales.

Se puede decir que todo el mundo entiende lo que es ser normal en este aspecto, no es preciso repensar con cuarenta análisis, rebuscar en cien interpretaciones. Sería agradable.

En general, esta normalidad en la calle es posible para quienes “pasan”. Para quienes “no pasamos” es imposible hasta imaginárnosla. Tenemos que resignarnos a ser “raros”.

Tienes derecho a querer eso. No es heroico, pero tienes derecho a no querer vivir heroicamente. Menos para algunas personas, que les gustan los conflictos, los verdaderos momentos de heroísmo necesario no se buscan, sino que llegan solos. Y mejor que no lleguen.

No te puedo decir que no. Tanto más cuanto que no eres tonta y no pretendes la normalidad total y absoluta, sino la que sirva en la práctica. Sabes que, por ejemplo, no intentas que tus amigos te consideren como “normal”, “no rara”, porque tendrán que saber que eres trans; no pretendes llegar al punto de ocultarles tu historia, porque entonces tendrías que borrar rastros aquí y allá y eso en la práctica es una pejiguera.

Tampoco en el trabajo. Con espíritu práctico, sabes que no te importa que te consideren “rara” donde te conozcan y te respeten. Cuanto más te conozcan, más te respetarán, y más normal les parecerás, porque serán tus amigos y compañeros.

Donde quieres ser normal es en la calle y entre desconocidos, incluso clientes o usuarios del trabajo que tengas. Me ves, y no quieres ser como yo. Te agobia ver las miradas que me dirigen y que yo no veo porque no quiero verlas y especialmente, comprender que por la calle soy una feria con público, un espectáculo. No te preocupes. Yo lo sé y me agobia a veces. Me cansa, el día a dia. Incluso me aliviaba ir a Chueca, porque me decía que allí todo era posible, hasta el día en que en Chueca, dos gays, en dos momentos sucesivos, uno le dijo a otro “Mira qué maricona” y otro salió de un bar para verme mejor y reírse de mí. Yo quisiera ser normal y no rara; sería más descansado. Me he puesto pantalones (de mujer) hace unas semanas. Parezco un tío. Es más descansado.”

El Oficial de Vigilancia para un momento la lectura, porque ha mirado el reloj y tiene que ir a dar una de las vueltas reglamentarias. Las cumple, cumple todo el reglamento estrictamente, como si hubiera alguien inspeccionándolo, para mantener su espíritu despierto durante los siete días y noches que va a pasar solo en Huehuey.

Se tiene que poner el chaquetón con forro polar encima del uniforme en cuanto sale del espacio protegido del despacho, y aun entonces el frío le atraviesa. Recorre los pasillos desiertos iluminados. Sube por las escaleras. Pasa por la gran sala de observación óptica, donde la gran raja de la cúpula está abierta a la noche y oye los chasquidos y los susurros de la gran maquinaria que se mueve automáticamente mientras el telescopio de no sé cuántos metros de diámetro registra en ordenador los datos que va obteniendo.

Las galaxias, las nubes de gas luminosas, los púlsares, los quásares, lo fundamental de la existencia.

Mientras pasa por la enorme sala y ve que todo está normal, el frío le atraviesa, pese al forro polar, pese a todo lo que lleva encima. Se ha puesto la capucha, como es natural, Sobre su bigote, el aliento de la nariz empieza a formar escarcha, y bajo la boca también. Mira la pantalla del termómetro en la pared: treinta y dos grados bajo cero.

Cuando se escabulle tras la puerta, de nuevo al pasillo, que estará sólo a diez bajo cero, piensa en lo que yo le dije una vez, que aun con mi experiencia y mi rutina como astrónoma, no puedo evitar el miedo de encontrarme alguna vez, entrando por la raja de la cúpula, a alguien que nos quiera invadir, terrestre o extraterrestre. Y que, cuando me he quedado sola, durante unas pocas horas, lo que ha estado a punto de invadirme ha sido un pánico insoportable, que por poco me ha obligado a quedarme encerrada en un rincón del despacho, mirando con ansiedad la puerta, permanentemente cerrada. El miedo ha sido siempre uno de los componentes más fuertes de mi personalidad, unido a la imaginación, y no he sabido controlarlo.

Él se ríe, pero se ríe de verdad. Sabe que puede aguantar siete días solo porque puede dominar racionalmente sus emociones. Prefiere analizar todo lo que imagina. El Observatorio está abierto sin duda, pero es a la soledad de la noche y del frío de la alta montaña. Si pasara algo, sería por una de esas catástrofes extraordinarias que nos pueden afectar a todos. No vale la pena preocuparse, más allá de lo racional: que haya una persona de guardia durante las vacaciones del personal investigador, por si ocurriera cualquier incidencia técnica, un cortocircuito o quién sabe qué.

Él ha hablado conmigo muchas veces, de muchas cosas, durante las horas en que hemos coincidido, él llegando y yo yéndome, tomándonos un par de cafés ardiendo de la máquina. Él me aprecia y aun me tiene afecto. Sabe que puede hablar conmigo de cualquier cosa. Me ve como muy alta, en efecto, con un vozarrón, que muchas veces soy más bien un tío, como yo misma digo, pero que otras veces parezco una tía (carnal, una hermana de tu padre o de tu madre), alguien cariñoso, quizá tierno. Le parece que no soy hombre ni mujer, y por eso mismo me aprecia.

Cuando llega de nuevo al despacho, se pone un café caliente de la máquina, como para tomarlo conmigo y sigue leyendo los papeles:

“El ser rara nos ha caído encima a algunas, contra nuestra voluntad. Yo soy rara, lo sé, lo más normal que he conseguido pasar es por una guiri altísima, quizá una baloncestista, me gusta imaginárnelo, o algo así, es decir, que soy rara. Eso, lo más normal. Lo corriente, pues que soy un pedazo de trans, que quien me quiere se alegra cuando me ve, y quien no me conoce mira con pasmo. Es que son 1’87, un vozarrón y zapatos del 45. Es que no paso.

Sin embargo, sé que hay otras personas raras contra su voluntad. Obesas mórbidas, por ejemplo. O personas muy feas, que las hay mogollón. O minusválidas, quizá obligadas a estar retorcidas en una silla de ruedas. Todas, por dentro, como todos. Personas. Con sueños. No hemos querido ser raras, quizá es lo primero que todos deberían entender. Aprender a distinguir en lo que hay por dentro, que seguramente es muy normal, y lo que hay por fuera, más espectacular.

Los amigos, parientes, los que quieren a los raros, lo saben esto muy bien. A lo mejor es suficiente. A lo mejor nos quieren incluso un poco más, por ser raros. O un poco menos, quién sabe. O a lo mejor, muchísimo.

Luego hay personas “un poco raras” o “casi normales”, que pasan por la calle con menos expectación y más normalmente. A lo mejor tú eres una de ellas y con eso puedes contar.

Todo esto, en la práctica, es fundamental para ir tirando. La vida pocas veces es un jardín (y aun entonces, siempre acaba mal) , la mayor parte de las veces es un más o menos, un poco de esto y un poco de lo otro, mucho bueno y mucho malo. En resumen: un desafío del que tenemos que salir lo mejor que podamos.

Te impresiona que los conservadores piensen que las personas se dividen en normales y raras, como lo bueno y lo malo. Que no te impresione. Eso es un error de los conservadores.

A mí, el ser rara me ha servido de mucho. Me ha dado un sitio en la vida. Amigos y amigas que si no, no tendría. Conversaciones a veces de noche enteras. Experiencias únicas. Reflexiones: entender mejor mi vida, ser más lista para entenderla, precisamente porque mi vida es rara, porque me ha obligado a pensar.

Que sí, que entiendo que quieras ser normal, que ojalá lo hubiera sido yo, y tuviera ahora hijos, un cargazo (porque no habría tirado mi trabajo un par de veces, como hice), hasta sería famosilla como dibujante, porque dibujaba bien. En fin, una vida. Pero si lo pienso, he tenido otras cosas.

Por favor: no te agobies. Sé todo lo normal que puedas, te alabo el gusto. Pero échale con gusto un poco de la pimienta de la rareza al plato. Bueno, sé que la pimienta a veces te quema la boca. Pero hay la comida y hay el condimento, y las dos cosas valen.”

Termina de leer. Sabe que soy una tía tranquila y que en realidad disfruto de la vida, a mi manera. Lo mismo que él y hasta un punto que me asombraría si lo supiera. Él ganó la oposición para el cargo de Vigilante después de cambiar su documentación, por lo que ha preferido no decírselo a nadie. No se ha operado de reasignación genital. Tiene su novia abajo, en el mundo de la ciudad, el normal. Lejos de las galaxias, pero dentro de una de ellas. Va a hablar conmigo, contándomelo, en cuanto yo vuelva de vacaciones. Sabe que me voy a quedar alucinando y se divierte, imaginándoselo.

Kim Perez

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