jueves, 17 de febrero de 2011
martes, 1 de febrero de 2011
miércoles, 19 de enero de 2011
Navegar por la vida
Durante mucho tiempo nos dedicamos a no sentir, a ocultarnos, escondernos, simulando.
En esos momentos en que la vida no es más que llevar un poco de aire a los pulmones y tratar de salir de esa asfixia cotidiana, se hace muchas veces imposible.
En la historia de la humanidad ha habido relatos o alusiones de la existencia de personas transexuales, aun así, nuestro proceso de construcción sigue siendo un tabú, algo de lo que nadie habla. Mucho menos aun sobre nosotros, los hombres transexuales.
Es una etapa de la vida, bastante confusa, muchos intentamos adaptarnos y quizás por esto es que somos tan pocos los que nos reivindicamos como hombres trans.
Encontrar un nombre a este sentimiento, a nuestra realidad es un proceso muy particular e individual en donde la mayoría de las veces no encontramos un referente en donde reflejarnos.
Es la sensación de tener atadas las manos, vendados los ojos, sin palabras que decir, sin voz, mudos... sin poder nombrarnos, con un cuerpo que estorba, molesta e incomoda.
Quizás por esto, nos encontramos sumergidos en la red, conectados con el mundo a fuerza de la tecnología, tecleando pensamientos, redescubriéndonos en cada historia nueva que leemos sobre identidad de género, sobre transexualidad, a partir de encontrarle un nombre a lo que sentimos.
La vida es como una película y aun que suena muy terrible, creo que muchos nos reconocimos cuando vimos: “Los muchachos no lloran”, nosotros los que no tenemos acceso a la facultad, los de los barrios, los que estamos en las fábricas, en las canchas gritando goles de nuestro equipo favorito, en las calles, en cada esquina.
Pienso que somos más los hombres transexuales, más de lo que dicen las estadísticas, solo que no sabemos a qué se debe ese malestar, esos deseos de salirse del propio cuerpo, a saber cuantos, hacen oídos sordos y terminan cediendo, renegando hasta de su propio deseo, adaptándose a esa vida que les ha tocado en suerte.
Cuando aislaba mi cuerpo femenino del mundo, Fernando aparecía en cada conexión del chat, ahí me encontré a mí mismo, hablando de cosas impensadas con chicas, coqueteando, ligando, dejandome hechizar, jugando, alimentando la esperanza para seguir respirando.
Expresar por primera vez, quien soy, fue aterrador y maravillosamente liberador.
Encontré mi única manera de socializar y de vincularme, porque de cualquier otra, me era absoluta mente imposible, sentía vergüenza de mis pechos, de mi cuerpo y de toda la feminidad que hubiera en mí.
En ese chat, mi cuerpo era un nick, mi voz el teclado.... era libre, mi anatomía estaba en la oscuridad, era como el Cyrano, escondido debajo del balcón, recitando poesía a Roxanne.
Mi deseo, anhelaba una mujer, fue ella la primera que lo supo. Ni el mar, ni la distancia pudieron evitar que nos conociéramos, dos desesperados amantes buscando felicidad en la red.
Ella, mi Roxanne, tenia su castillo en España, fue la primera en saber que yo, soy un hombre transexual.
Mi primer amor, a la que por fin pude expresar mi deseo, mi amor platónico, sin cuerpo, sin obstáculos.
Dentro de ese mundo virtual, hallé a otros como yo, desparramados por el mundo. Nuestras vidas se entrecruzaban en cada uno de los puntos en común de los que hablábamos. Atravesados por la misma necesidad de reconocimiento.
¿Qué hormonas estas tomando? ¿Te has hecho alguna operación? ¿Cómo lo tomaron tus padres? ¿Ya tenes cambios? ¿Te ha crecido? ¿Podes hacer las operaciones en hospitales de tu país? ¿Cuánto pagaste? Miles de preguntas con infinidad de respuestas.
Deseperado por comenzar mi transición física, quería saber el nombre de las hormonas que necesitaba y cada cuanto se aplicaban las dosis. Testoviron, paso a ser la adquisición mas deseada, una ampoya de 250 mg que cambiarian la visión social, sobre mi cuerpo.
Ya no me sentía impotente, decidido a comenzar el difícil camino, que transformaría mi vida.
No quería seguir evadiendome, me escuche, comencé a ser fiel a mi mismo, a quererme, a construirme, a modificarme, a sentirme, a aceptarme cada día un poquito mas.
Por fin era yo el que hablaba, por fin...... tuve la valentía de enfrentarme a mí mismo, a mi familia, a la expectativa social.
Muchos de nosotros comenzamos el tratamiento sin supervisación médica, por lo menos en Latinoamérica, y un porcentaje más bajo tiene acceso a las cirugías.
El proceso es muy diferente en cada uno de los casos, vivimos nuestras transiciones de muchas maneras y formas. Pero siempre tenemos esos puntos en común, lo difícil del proceso, es la intolerancia del entorno familiar, social y laboral que se repite como eco en cada una de nuestras historias.
Debo admitir que la tecnología ha jugado un papel fundamental en mi transición, ha sido mi guía a partir de una película, para encontrarle un nombre a lo que sentía, y la internet mi biblioteca personal, el contacto interpersonal con otrxs.
Este tipo de vinculación social me ha cambiado la vida, como a muchos de nosotros, nos hizo conocer al amor, viajar a otros países, encontrar gente en nuestra misma situación, despertar curiosidad, conocer amigos y compañeros del camino.
Por una simple nota encontré gente maravillosa, con hambre de cambios a la cual mi convicción también se, que ha asombrado y asustado.
Nos ayudamos mutuamente en este proceso de transitar la militancia de la diversidad, improvisando, proponiendo e implementando acciones que puedan generar en otrxs el placer de encontrarse y reconocerse.
Fue con la palabra escrita que inicie mi cambio, el primer paso de la transformación.
Nos encontramos y nos vemos por MSN, facebook o skype las distancias y las fronteras se desvanecen en cada conexión.
Mi primer “Yo Fernando”, fue escrito. Tipearlo y verlo reflejado en la pantalla, era como mirarme al espejo y por fin gustarme, aunque mas no sea por una hora o dos en un cyber, esa fue la primer gota de la oleada que vendría después.....
Ahora como naufrago de ese mar me encuentro siempre en la búsqueda de mas, lxs amigxs me acompañan, otros chicos/hombres trans en sus balsas reman en esta corriente, ahí estamos, existimos, si, somos reales, aunque pasemos desapercibidos entre la gente.
Gritamos cuando podemos, en la red y en la calle, nuestras voces ya sienten la seguridad de hacerlo, somos diferentes, somos distintos... y esta genial serlo.
Mostramos nuestros cuerpos y deseos y las reivindicamos.
En esa búsqueda transformamos otras realidades, tocamos otros cuerpos, otras almas y sin querer producimos cambios sociales a nuestro alrededor.
La justicia todavía no ha comenzado su proceso de transición, la dama de la balanza ya ha escuchado nuestros primeros golpes en su puerta, le quitaremos las vendas de los ojos y le fajaremos los pechos hasta que nos entienda.
Somos muchos gritando, escribiendo, redactando, pintando, en todos y cada uno de los medios que nos dejen expresar lo que sentimos, ya no queda silencio, nos hemos dado cuenta que los cambios son posibles.
La lucha es cada día, a cada hora, pero la madre de las batallas se ve en el horizonte, nos encuentra preparados, algo temerosos pero felices de que al fin se de nuestra batalla por el reconocimiento.
Somos muchos y cada vez seremos mas, la transformación ya ha comenzado.
Fernando Rodríguez
Hombre Transexual
Encuentro por la Diversidad Córdoba.
Te.: 0351 – 155059124
Fernando75r@gmail.com
lunes, 17 de enero de 2011
La Plata Avalancha de motores en la madrugada
“De la una de la mañana a las tres de la mañana, las horas en las que andaban los motoqueros no se veía un solo patrullero”, me cuenta Andrea, la referente de la Asociación por la Identidad Sexual Platense (AISP). La organización que nuclea a travestis y chicas trans nació a partir de la situación de vulnerabilidad en general, pero especialmente por la emergencia de los motoqueros. “Pasaban los motoqueros, cerraban las esquinas con sus motos y hasta los vecinos se metían para defendernos”, agrega Andrea para darme una dimensión de las primeras golpizas. Las agresiones que tuvieron que soportar iban desde el amedrentamiento a través del sonido y el estruendo de sus máquinas, hasta a agresiones verbales, robos y golpes de puños, con piedras y cadenas.
Hace tres años que los recorridos de los motoqueros forman parte de La Plata. Nadie que viva acá y haya pisado la noche cerca del barrio El Mondongo puede decir que no ha escuchado sus recorridos. El estruendo de sus motos no es tanto por el tamaño de los vehículos, si no por la cantidad: son 50 o 70 motos juntas.
Cuando escuchás la palabra “motoquero” se te viene a la cabeza la imagen clásica de un rebelde sin causa, sobre una moto choppera grande, con ropa de cuero y con muchas horas de gimnasio y de mecánica sobre el “fierro”. Pero estos otros no se parecen a esos motoqueros del amor a los “fierros” o al estilo de vida. Aún así mantienen códigos comunes. El arreglo o el tunneo más distinguible que le hacen a la motos es que le sacan o sueltan el silenciador del caño de escape. Un código familiar que hace que una moto chica de baja cilindrada suene muy potente, o que el escape golpeé como disparos, y que 20 motos parezcan una avalancha de motores.
Una sola de estas motos en la Plaza Matheu a las 7 de la tarde, no es impactante. El conductor es un vecino más a lo mejor se suma a la impunidad durante la noche, cuando la oscuridad lo proteja y el número de motos le proporcione la tranquilidad para atacar a otrxs que circulan también en la noche, a la intemperie, con escasa o nula posibilidad de defenderse o de lograr que sus derechos se cumplan durante el día. Así es como los ataques a las travestis, trans y las mujeres trabajadoras sexuales entran en el recorrido de los motoqueros.
Las quejas son pocas. Buena parte de los vecinos se queja por el ruido de las madrugadas, cuando ellos están durmiendo o al menos tratando de hacerlo. Las crónicas de los diarios suelen ubicarlos en el afuera de la sociedad platense: cuando los mencionan les quitan el estatus de vecinos y los tratan como bárbaros extraños.
La máxima expresión de brutalidad de la que se hicieron eco los medios de comunicación fue el atropello de otro motociclista que esperaba a que cambie un semáforo. Sucedió el 22 de mayo de 2009 en la esquina de 7 y 46. “Fue la primera tragedia atribuida a las `bandas` de conductores de motos que `toman por asalto a la ciudad` en medio de la noche y que ya acumulaban denuncias por disturbios desde hace meses”, indicó el diario Clarín. La víctima fue Diego Sconza, a quien pasaron por encima matándolo en el acto, a la 1.30 a.m mientras estaba a bordo de su motocicleta vieja DKM. La gente empezó a mandar cartas de lectores a los medios para repudiarlos. Envió videos. Las voces sin embargo parecían reclamar porque habían atropellado a un “ciudadano legítimo”. Nada se oyó en el mismo tono de las veces que esos motoqueros circularon atormentado a las chicas en la calle, ni de los golpes que travestis y trans tuvieron que soportar por parte de estos vecinos en moto.
Hubo alrededor de veinte motoqueros involucrados cuando atropellaron a Diego Sconza. Dos fueron demorados y quedaron sueltos al día siguiente, imputados finalmente de “homicidio culposo”. Las repercusiones de ese primer crimen terminaron con un descargo público de otro grupo de motoqueros, “los fierreros”, que se desidentificaron del grupo de los jueves. Hubo una medida de la policía y de Control Urbano aumentando los controles vehiculares.
Después del asesinato, algo cambió. Los recorridos se hicieron más erráticos: ya no tienen un punto de reunión planificado, pero mantienen las rondas. Salen a las doce, el sonido de los escapes y los mensajes de texto los ayudan a ubicarse, y a la columna que arranca se le van sumando rezagados. Según dice la policía, disminuyó la cantidad de menores que participa del grupo. Otro dato es que no se identifican públicamente: no tiene una agenda, ni reivindicaciones. Hasta ahora los he escuchado ser identificados como los “motoqueros de los jueves” o “los motoqueros del bosque”, porque comenzaron a concentrarse en torno a las picadas de autos que se realizaban en el Bosque de La Plata, alrededor del 2007. Si bien no es cierto que sólo salgan esos días, jueves y domingos son las noches en que inundan indefectiblemente esa parte de la ciudad con los zumbidos de sus motores y los disparos de sus caños de escape.
En los relatos que fui escuchando en los últimos meses, empecé a notar que comenzaba a filtrarse como parte de una anécdota, la violencia que las travestis y las chicas en situación de prostitución tuvieron que soportar con la aparición del grupo. Las chicas de AMMAR (Asociación de Meretrices) y AISP, me hablaban de la impunidad que la policía les dio a los motoqueros y la hipótesis de que se haya liberado la zona.
Las mujeres trans, travestis y trabajadoras sexuales de La Plata están organizadas desde el año 2000, primero con AMMAR La Plata, dentro de la CTA. Comenzaron denunciando la violencia policial, otra de las violencias conocidas de las chicas. Pero en 2007, visibilizaron las acciones del grupo de motoqueros. Hicieron denuncias públicas, marchas y presentaciones judiciales. Con los reclamos, los motoqueros no pararon de circular pero ya no las molestan. “Ahora intentamos no salir”, dice Andrea. Porque aunque no las golpean, los amedrentamientos están: “Se acercan de a varios –agrega-- y te dicen que te van a robar”.
La urgencia frente a los motoqueros, permitió reactivarlas. Volvió a reunirlas en la casa de una compañera. Hicieron una convocatoria a través de volantes y con el “boca en boca”, una metodología tal vez mucho más efectiva para la circulación de información entre ellas, de esquina a esquina, en las diagonales y calles. Eran diez en la primera reunión, con la idea de formar un grupo de ellas mismas.
“Tener una organización con personería jurídica y una coordinadora facilita el acceso a los preservativos del Ministerio de Salud”, me explicó Andrea. Además se presentaron posibilidades de encontrarse con proyectos de salud, o con el trabajo con grupos de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata, con quienes cuentan para casi todas sus actividades y con la Secretaria de Derechos Humanos de la Provincia. Empezaron a participar de talleres de prevención de infecciones sexuales y del VIH, y lograron recibirse como promotoras de salud.
Andrea toma su trabajo como lugar de referencia necesario para poder gestionar tanto los vitales preservativos como talleres, haciendo recorridos semanales. Siempre varía la cantidad de chicas que se acercan y que están activando y siempre está ella, a quien contacté cuando empecé a escuchar de las motos.
Hace un año AISP terminó de formarse y se afilió a la CTA. “Pero todavía es difícil ir abriendo camino, aún entre compañeros de lucha”, dice Andrea. El día de la afiliación el secretario general vio los papeles del grupo. “No”, le dijo a Andrea. “Yo acá no me meto, dáselo a ella”, y señaló a una compañera. Andrea se ríe. “Logramos que nos conozcan… que nos den un lugar, que nos dejen abiertas las oficinas, que nos dejen usar la cocina”. Antes ni siquiera se animaban a pedir permiso pero eso cambió. “Al comienzo venían y te decían ‘hola campeón’, ahora ya pasó a ser ‘Andrea, la coordinadora de AISP’”, me dice.
Ellas saben que estar en la CTA les permite conseguir asesoramiento legal, formarse y tener cierto apoyo frente a cuestiones urgentes como fueron las denuncias sobre los motoqueros o el actual y eterno hostigamiento policial. En la calle, ellas se van haciendo cargo de a poco de que pueden reclamar sus derechos, y una organización como ésta les permite estar más respaldadas. Andrea cuenta que aún así es difícil mantener el vínculo con la organización. Muchas descreen en las organizaciones políticas.
Además de las urgencias, trabajan con problemas de fondo: el hecho de que la única salida sea la situación de prostitución. AISP busca también comenzar a reparar o emparchar la falta de acceso a la educación. Y el laburo que vienen haciendo va teniendo repercusiones en la comunidad travesti. Las chicas trans, me dice Andrea, “tienen que hacer valer sus derechos y cuando necesitan, aunque sea una urgencia saben que pueden contar con vos”.
Hace unos jueves que se ve a Control Urbano y algunos patrulleros pasando con las luces titilantes en la esquina de 1 y 66. Algún que otro auto solitario, un taxi más allá, una luz roja en el portón celeste de la esquina, siempre disimulado en el día, un grupo de motos rezagadas que pasan rápido por calle 1 hacia la diagonal, casi como una burla.
Hay más luces en Plaza Matheu. El reordenamiento urbano va desplazando las zonas más rentables hacia estos lados de La Plata. Cuando llega el jueves, ninguna de las chicas sale, ya ni corren el riesgo, es otro día tomado, otra noche robada para ellas. La mayoría de los vecino parece quejarse más allá de sus paredes.
viernes, 14 de enero de 2011
Fallo Histórico - Las claves
Paula Rivera y Emiliano Litardo explican las particularidades de un fallo que funda su decisión, sobre todo, en los derechos humanos.
¿Cómo se inicia una acción judicial de estas características?
Paula Rivera: –La vía procesal es el amparo, teniendo en cuenta que se trata de una medida que debe ser resuelta de forma inmediata. En este caso incluimos dentro del amparo una medida cautelar, la cual fue resuelta por el juez con carácter de sentencia definitiva.
¿Qué destacarían de este fallo?
Paula: –Lo primero es que el juez con la sola voluntad del actor llevó adelante una sentencia favorable sin necesidad de recurrir a ningún tipo de pericia médica ni asesoría a comités biomédicos, garantizando de este modo los derechos constitucionales vinculados con el ejercicio de ciudadanía, dándole a este pedido la identidad correcta en el sentido de que todos podemos disponer de nuestro propio cuerpo y nuestro nombre.
Emiliano Litardo: –Además, por primera vez se autoriza, sin necesidad de peritajes y atendiendo a la voluntad de la persona y a su autonomía, una intervención quirúrgica parcial –en este caso una mastectomía– que deberá garantizarse en un ámbito adecuado para la protección integral de la salud. Por otro lado, el fallo utiliza como argumento algo poco visto en la jurisprudencia que son los Principios sobre la Aplicación de la Legislación Internacional de Derechos Humanos en relación con la Orientación Sexual y la Identidad de Género, conocidos como los Principios de Yogyakarta. Esto significa darle trascendencia y aplicabilidad a un conjunto de normas de derechos humanos exclusivamente vinculados a la identidad sexual y la identidad de género.
¿Cuán importante resulta este fallo en la vida de una persona trans?
Paula: –Este fallo significó la posibilidad de que Blas pueda vivir su vida tal cual la siente, que se refleje en su identidad registral quién es él y no tener que seguir soportando situaciones de discriminación que lo incomodan o lo limitan en cosas que para nosotros resultan cotidianas, como desde sacar un turno en el médico hasta pasar algún tipo de control en el cual tenga que identificarse y explicar toda su historia.
¿Cuáles fueron los argumentos que ustedes utilizaron para fundamentar la demanda?
Emiliano: –La demanda se fundamentó sobre un eje que ideológicamente debe sustentar demandas de este tipo, que es la no patologización de las identidades y expresiones de género. Nosotros apelamos en términos estructurales al derecho a la libertad de expresión de género circunscripta en el continente de los derechos humanos y el derecho a la identidad. El derecho a la libertad de expresión de género involucra concretizar la reconocibilidad de la identidad, lo cual incluye el derecho al nombre propio, a la disposición del propio cuerpo para que se exprese de la manera más efectiva para cada cual y la libertad de expresar la transgeneridad en los propios términos que desea la persona.
La identidad de género en este contexto implica, de acuerdo con los Principios de Yogyakarta, la vivencia individual del género tal como cada persona la siente profundamente, que podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales. El fundamento de este derecho a la libertad de expresión tiene sustento en la Constitución Nacional y en los Tratados Internacionales de Derechos Humanos, pero sobre todo en los Principios de Yogyakarta.
Por otro lado, hemos utilizado el derecho a la identidad y expresión de género trazando un paralelismo con el derecho a la identidad que sirve de sustento en los juicios de la verdad. Así, el derecho a la identidad supone tal como lo dijera el juez Trindade en la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el Caso de las Hermanas Serrano Cruz vs. El Salvador “un notorio contenido cultural social, familiar, psicológico, espiritual siendo esencial para la relación de cada persona con las demás e incluso su comprensión del mundo exterior”.
También debemos decirte que se ha circunscripto la demanda sobre el paraguas aglutinador de los denominados derechos sexuales. Circunstancia que resulta necesario destacar ya que poca doctrina y jurisprudencia da cuenta del concepto autónomo de los derechos sexuales.
La biografía de las personas transgénero se inscribe en sus cuerpos, es el nombre del cuerpo el continente sobre el que se da testimonio, concreto y real, de la verdad sobre la identidad personal y el deseo de saberse como se es. En este abismo entre lo que la ley establece imperativamente y la realidad que demuestra lo contrario, se instala la problemática de la transgeneridad. Es así que estos dos derechos son claves para formular una petición. De lo contrario, el mantenimiento de este ostracismo legal al que se encuentran sometidas las personas trans es un claro ejemplo de violencia de género.
¿A qué atribuyen la resolución tan rápida (y favorable)?
Paula: –Se lo atribuimos básicamente a que hemos emprendido esta demanda de forma conjunta, es decir no ha sido sólo la tarea de nosotros como operadores jurídicos, sino el compromiso ético y político que demostró Blas en todo el circuito. Pero además debemos destacar que hemos tenido un juzgado y un juez que supieron entender de forma inmediata y consciente la problemática política, social, cultural y legal que implica el cercenamiento al derecho a la libertad de expresión de género.
¿Podemos decir que con este fallo y el de Florencia Trinidad ya se sienta jurisprudencia?
Paula: –Totalmente. Esperamos que estas sentencias judiciales, que son ejemplares, puedan ser también utilizadas como insumos para la Justicia nacional. Los fallos que comentamos aquí dan cuenta de que es posible aplicar al reconocimiento de los derechos sexuales sin violencia de ningún tipo.
Emiliano: –Fallos como el de Blas permiten pensar que es posible la despatologización y desestigmatización de las identidades y expresiones trans. Hay una Justicia que comprende cabalmente que las identidades y expresiones trans constituyen formas diversas de configuración de los cuerpos e identidades sexo genéricas que involucran otras formas de encarnar la masculinidad y feminidad imperante. De esto se trata el proyecto de ley de identidad de género de la diputada Diana Conti que elaboraron diversas organizaciones como la CHA, Alitt, Futuro TRansgenérico, MAL y otras, de garantizar la transgeneridad en los propios términos. Rescatar la libre determinación, el respeto a la personalidad jurídica y la libre expresión del género significa contribuir al borramiento de todas aquellas barreras sociales que patologizan, criminalizan, estigmatizan y cosifican las identidades trans.
Para cualquier otra persona que quiera que se reconozca legalmente su identidad, ¿qué es lo que se necesita?
Paula: –Tan sólo es preciso contar con copia del DNI, partida de nacimiento, testigos y un relato de vida. Tan simple como poder decir de forma autónoma y voluntaria, aquí está mi identidad o expresión de género y exijo que se me reconozca en mis propios términos.
Por primera vez se autoriza a un varón trans el cambio de su identidad registral sin obligarlo a someterse a pericias médicas o psicológicas.
Mi nombre, mi cuerpo
Por primera vez se autoriza a un varón trans el cambio de su identidad registral sin obligarlo a someterse a pericias médicas o psicológicas, y garantizando su derecho a optar por una cirugía parcial en un lugar adecuado para el cuidado de su salud y atendiendo sólo a la autonomía de quien demanda. Con este fallo del juez Roberto Gallardo, que cita por primera vez los Principios de Yogyakarta –una serie de principios para aplicar la legislación internacional de derechos humanos a las cuestiones de identidad de género y orientación sexual–, se afianza la jurisprudencia y queda de manifiesto, otra vez, la necesidad de una ley que no obligue a judicializar la historia de vida para que cada quien pueda ser quien es en todos los ámbitos.
Soy Blas, transgénero masculino. Presenté el amparo para que el Estado reconozca mi identidad sin operarme y lo conseguí en tres semanas.
Me reuní con abogadxs que son amigxs y que ante todo son buena gente: Paula Rivera y Emiliano Litardo de Cetju-LGBT (Centro de Estudios Técnicos y Jurídicos de la cuestión Lésbica, Gay, Bisexual y Trans). Trabajamos en conjunto en forma independiente con la convicción de que si nos llegaba a ir bien, íbamos a darle circulación a todo el trabajo y no solamente al resultado, para que sea de utilidad a quienes lo necesiten.
Sabíamos que iba a ser duro, sobre todo porque no estoy operado, no me aplico hormonas, no me siento enfermo y no tengo intenciones de practicarme una faloplastia.
Es cierto que estoy tan mal acostumbrado que me resulta más fácil responder al rechazo que a la aceptación. Pero también es cierto que, contra todo pronóstico, nos fue bien.
El 7 de diciembre presentamos el amparo ante los Tribunales de la Ciudad de Buenos Aires. El capítulo II, que transcribo a continuación, es un relato que resume la historia de mi vida:
No existe etapa de mi vida en la que me haya sentido mujer. Siempre establecí mis relaciones pensándome varón. Lo que sí ha variado con los años es mi forma de interpretarme.
No tuve una infancia infeliz, no me faltó amor y la economía de una familia platense de clase media me permitió contar con una buena educación y acceso al sistema de salud. Mi papá era odontólogo y mi mamá es arquitecta. Tengo una hermana melliza y otra hermana menor. En el año 1981, con los datos de la ecografía, el médico felicitó a mis padres: ¡iban a tener mellizos! Yo era más grande de tamaño que mi hermana, lo veían en la ecografía, así que esperaban una nena y un varón.
Mis primeros años en una casa con tantas mujeres hizo que no faltaran ejemplos que revelaran el contraste entre ellas y yo. Las diferencias con mi hermana melliza siempre fueron notables y cada evidencia era cuestionada o reprimida. Solía estar muy triste, con una tristeza que me acompaña todavía.
Dentro de un código familiar donde lo diferente era sinónimo de promiscuo y merecía una condena que llegaba a exiliar algunos términos del discurso, no fue fácil organizar ideas que se iban apoderando de mis reflexiones. Si en mi casa lo diferente se leía enfermo, entonces me pensé enfermo. Con vergüenza, oculté cada una de mis sensaciones como si se tratara de un delito, algo demasiado humillante que seguro traería aparejado un castigo infinito.
Cuando se me presentaba la oportunidad de jugar con los varones, la aprovechaba y era uno más del grupo, trepando paredes o construyendo una casa en un árbol. Pero a medida que fui creciendo el mismo grupo de chicos dejó de hacerme parte.
Empecé a pensar que mi cuerpo no era el correcto y ésa era la causa de todos mis conflictos. Si hubiera tenido “cuerpo de hombre”, nadie hubiera dudado... Desde chico estaba convencido de que un día me iba a ir a dormir y al despertarme iba a tener el cuerpo “correcto”, uno que no diera lugar a dudas, que le mostrara al mundo quién era yo.
Mi cuerpo se desarrolló, contra todos mis deseos, acomodándose a una figura culturalmente definida como mujer. Sufrí muchísimo. Perdí el interés por desarrollar actividades que me podían gustar. De hecho, ni siquiera me preguntaba qué cosas me gustaban, porque sentía estar viviendo la vida de otra persona. Estaba seguro de que yo no era quien decía mi documento y oscilaba entre la bronca y la desesperanza, con la convicción férrea de que nadie iba a entenderme nunca.
No alentaba relaciones de amistad con nadie y me limitaba a conquistar modestos logros académicos para complacer a mis padres. Pensaba que hubiera preferido no nacer, o estar muerto, y a la vez veía a mis hermanas disfrutar de otros éxitos, saliendo a la noche, teniendo novios, grandes grupos de amigos con planes divertidos y códigos de complicidad. Me tentó la idea de disfrutar de esos placeres y resolví tomar el ejemplo de ellas como una receta. Tuve amigos, tuve enamorados y salidas y vacaciones en grupo. Pero eran victorias que me provocaban una pena cada vez más intensa. Sabía que estaba postergando mi vida, que estaba apostando a una ficción y perdía tiempo valioso. Sin embargo, tenía tanto miedo al rechazo y estaba tan cansado de estar solo, que por un tiempo pensé que valía la pena y que estaba haciendo lo correcto.
A los 18 años, y gracias a una película, supe que existían otras personas como yo. Busqué mucha información en Internet sobre Harry Benjamín, disforia de género, transexualismo, transgeneridad, etcétera. Por más que se tratara de nuevos contenidos, no dejaba de sentirlos familiares y me reconocía en sus descripciones.
Me informé sobre cirugías, hormonas, psicodiagnósticos y leyes en la Argentina y otros países. Me sumé a un proyecto nacional para convocar gente trans. Me sentí aliviado: de pronto ya no estaba solo. En ese momento, gracias a la bibliografía que pude descargar en mi computadora, llegué a la conclusión de que padecía un trastorno de la identidad que iba a resolverse cuando pudiera adecuar mi cuerpo al formato convencional de hombre.
En ese entonces oculté las novedades a mi entorno inmediato y resucité un montón de ilusiones que había desplazado años atrás. Sin que nadie lo supiera, empecé a trabar relaciones con gente de otras ciudades, lejos de La Plata. Me nombré Blas y tuve mi primera novia a los 19 años. Una relación tan breve como especial: ella me miraba y veía a un varón. Lo mismo pasaba con mis nuevos amigos. Gente que apenas me conocía, pero a la vez sabía más de mí que mi propio núcleo familiar.
Fue una época tormentosa, en la que se me prohibía cortarme el pelo, usar ropa que no diera cuenta de la feminidad esperada, se controlaba a mis amigos... Yo me escondía de mi familia porque sentía que la verdad en sus manos era una amenaza a mi deseo hecho realidad, a mi vida de varón, que, contrariamente a lo que ellos pudieran decir, era lo único auténtico que yo tenía. Más allá de las ventajas que me ofrecía este modo de vivir, también reconocía que estaba muy solo y mi familia me hacía falta. No podía tener estudios, padres, amigos, ni teléfono, ni casa, ni nadie a quien llamar en caso de emergencia. ¿Quién iba a pasarme una llamada para Blas?
Esperé a la mayoría de edad para confesar a mi familia que soy transgénero. La situación en mi casa se tornó insostenible, ese mismo año me mudé a Capital.
De esto pasaron casi 7 años, ya no creo tener el cuerpo equivocado, pero sí estoy seguro de estar en medio de una comunidad con la mentalidad equivocada, con un código que me desconoce, me niega y sólo me va a reconocer si me transformo...
Hoy no busco esconder mi cuerpo, no lo odio, ni lo quiero cambiar. De todos modos, sé que es un cuerpo de varón, porque yo soy un varón, ¿cuerpo de qué iba a tener si no? Y contra la definición social de trans, puedo decir que la discordancia no es entre cómo me siento y el cuerpo que tengo sino que se trata de un choque duro entre quien soy y lo que socialmente se espera de mí, un varón que social, cultural y legalmente es asignado mujer en virtud de mis cromosomas o genitales o caracteres secundarios.
Cambiaron muchas cosas en mi vida: estuve en pareja muchas veces, tengo amigos que me llaman Blas y saben que soy trans, pueden hablar por teléfono y venir a mi casa y conocen a mi familia. Estudio filosofía y conseguí que la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA reconociera mi nombre identitario. Trabajo para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y también logré que sea respetada mi identidad de género dentro del ámbito laboral.
Soy un hombre y mi cuerpo, tenga los atributos que tenga, es un cuerpo de hombre. Pero que el resto del mundo lo lea continuamente en términos femeninos hace que mi vida de relación sea muy difícil y a veces peligrosa.
Mi documento dice que soy mujer y si quiero relacionarme como hombre me convierto en indocumentado, pareciera que no tengo familia, ni estudios, ni ningún documento que certifique legalmente quién soy. Y tengo una familia, una historia académica, experiencia laboral. Necesito que mi documento deje de desmentirme.
Sabíamos que en el mejor de los escenarios, el proceso judicial lleva un año aproximadamente pero, a la semana de haber ingresado la demanda, Paula Rivera me avisaba que el 16 de diciembre tenía que presentarme a una audiencia con el juez.
De pronto algo tan esperado parecía convertirse en un suceso repentino y me costó no perder la calma. Todo lo que había pensado con relación a ese momento se perdía entre los nervios y la ansiedad.
Me sentí muy cómodo durante la entrevista en el juzgado y no sólo porque me trataron con mucho respeto sino porque no fue necesario que dijera nada acerca de la necesidad de una ley de identidad de género que establezca mecanismos administrativos para acceder a los cambios registrales. No hicieron falta explicaciones, ni detalles, ni fundamentos, porque el juez dijo todo eso que yo podría haber expresado, y más todavía.
De acuerdo con lo asentado por la jurisprudencia, los magistrados dan intervención al cuerpo médico forense para la realización de pericias a las que iba a oponerme. El género no es un atributo de los cuerpos y yo no tenía intenciones de someterme a exámenes físicos y pruebas genéticas. Afortunadamente el juez tampoco las tenía.
El 29 de diciembre, el tribunal dictó una sentencia más que favorable. Se funda en los derechos humanos, la Constitución Nacional, el Pacto de San José de Costa Rica, la ley 3062 y los Principios de Yogyakarta, destacando sobre todo que nadie está obligado a someterse a procedimientos médicos para obtener el reconocimiento legal de su identidad de género. Se ordenó que se efectúen las modificaciones pertinentes a los efectos de mantener mi número de DNI, cambiando el nombre y el sexo.
Estoy feliz con el resultado obtenido, especialmente con una cuestión que no había contemplado al principio: mi familia me acompañó. Mi hermana melliza se presentó como testigo y contar con ese respaldo fue lo mejor de todo. Pareciera que en todo este proceso estuve solo, pero en rigor de verdad estuve rodeado de gente. Lohana, Luisa, Taddeo, Fer, que también son trans, de ideas políticas diversas, pero idéntico ímpetu y compromiso...
Por lo general, a las masculinidades trans se nos cuestiona no haber conformado una organización que nos aglutine. Yo creo que es algo positivo. En este marco de descrédito de las instituciones y sus funcionarios, de incompetencia, oportunismo y de intereses creados, pensar que igual hemos podido articular una red de contactos informales y que somos capaces de reunirnos y compartir por el solo hecho de encontrarnos, sin alentar proyecciones políticas individuales, es digno de reconocimiento.
Soy consciente de que el documento de identidad no acaba con el estigma. Nadie presenta su DNI para entrar al baño. No funciona como escudo de las trompadas y las burlas. No introduce a mi cuerpo en esos circuitos de deseos que, aunque desobedientes, sólo contemplan el abrazo de corporalidades normativas y estándar. Pero es un gran avance... Y, después de todo, ¿quién dijo que esto terminaba acá?
Por Blas R.
viernes, 31 de diciembre de 2010
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